El cuento de la inclusión
Érase una vez un niño llamado Martin. Él era un niño muy afortunado porque no tenía ninguna limitación: podía hablar, cantar, correr, sentir libremente... Iba a un cole en el que todos los niños, eran tan afortunados como él porque tampoco tenían limitaciones: podían correr, jugar al fútbol, saltar, jugar a las adivinanzas...
Martín y sus amigos iban, al salir del cole, a un parque al lado. Un buen día, abrieron otro cole cerca y, cuando iban todos al parque, Martín y sus amigos no jugaban con ellos porque les veían distintos, les sentían diferentes...
Un día, una amiga de Martín que se llamaba Luna, preguntó a Luis, un niño del colegio de al lado, si podía jugar con ella a pilla pilla. Luis le dijo a Luna que él no podía correr, entonces, Luna, se paso toda la tarde jugando a castillos de arena con él. ¡Les quedaron unos castillos preciosos! Al día siguiente, Luna, además de jugar al pilla pilla con sus amigos del cole, estuvo jugando con Luis a coches.
Ese mismo día, Thomas, otro amigo del cole de Martín, que le encantaba jugar al fútbol, se puso a jugar a la pelota sentado en el suelo con un niño del otro cole. Martín les preguntó que porque jugaban así y Pedro, el nuevo amigo de Thomas, le explicó que él no podía jugar al fútbol, que cuando fuese mayor y pudiese ir el solo en la silla de ruedas ¡le gustaría jugar a baloncesto! Mientras, Darío jugaba a adivinanzas con Laura, otra chica del otro cole. A Laura le costaba más entenderlas pero como era el juego favorito de Darío, escogió adivinanzas más sencillas para enseñarle a Laura.
Aquella tarde, Luna, Thomas, Martín y Darío lo pasaron genial y, la tarde siguiente, la empezaron todos juntos jugando a nuevos juegos, adaptándose ellos y adaptando los juegos para que todos pudieran jugar.
Se habían dado cuenta que ellos, que podian jugar a todo lo que quisieran, eran los que debían adaptarse a sus nuevos amigos, que había algún juego que, aunque quisieran, no podían jugar.
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